sábado, 26 de noviembre de 2011
lunes, 21 de noviembre de 2011
miércoles, 16 de noviembre de 2011
La gran manifestación
Por: Alfredo Molano Bravo
Estuve mirando el paso de la marcha universitaria en contra de la reforma a la Ley 30 del 92.
Quince mil o veinte mil estudiantes manifestando su desacuerdo sin violencia, abrazando policías, distribuyendo chapolas con fundadas críticas al proyecto, cantando unos, bailando otros, contrariando esquemas y hábitos. Fue emocionante. Y además ilustrativo. Tengo la sensación de que el estudiantado ya no quiere, como lo pretendíamos nosotros en los 60, asaltar el cielo a pedrada limpia. No se trata de ser la vanguardia, sino de ser un sector que participa en la vida política del país. No hubo heridos ni vitrinas rotas. Desfilaron mostrando su fuerza sin ejercerla. Controlaron y desautorizaron a quienes podían poner en peligro el rechazo radical a la iniciativa del Gobierno. La idea de abrazar transeúntes, espectadores y a la misma Fuerza Pública creó un ambiente de simpatía y, añadiría, de respeto a favor de su protesta, como quizá desde las manifestaciones del año 29 contra Abadía Méndez, o del 54, contra Rojas Pinilla, no se veía. Tampoco se habían visto niñas con sus senos al aire pidiendo que la reforma la hiciéramos entre todos. No sólo le pusieron al desfile un toque de libertad, sino de franqueza. El señor procurador debió esconderse y temblar debajo de su escritorio viendo tal desenvoltura. La senadora Gilma Jiménez debe estar preparando en alguna sacristía una denuncia contra las estudiantes por corrupción de menores. Más asombroso fue ver a la Policía parada en una esquina, seria y serena mientras los estudiantes les pintaban corazones rosados, rojos y azules en sus escudos. No fue sólo espectáculo. Fue una defensa de lo que se llamó la democracia participativa que, nos dijeron, es el espíritu de la Constitución del 91, que el presidente Santos parece poner entre paréntesis cuando afirma que no es la calle el sitio para la discusión de reformas, sino el Congreso. El Congreso, donde a pupitrazo limpio se aprueba lo que el presidente quiera. Como, por ejemplo, en este caso, convertir la educación superior en una enorme maquila de obreros calificados, o supercalificados, para exportar. Una fábrica de autómatas, piezas de una gran máquina, que no critiquen y hagan realidad una de las consignas más finas de los estudiantes: “Pienso, luego desaparezco”. Es la esencia de la reforma: desaparecer a quien piensa, ahogarlo a punta de fórmulas. La calidad de la educación universitaria quiere ser sacrificada en favor de la producción en serie de profesionales obedientes, adocenados y formateados. ¿Y dónde emplearán esa masa de robots si la economía, con todas sus locomotoras al galope, será incapaz de emplearlos? Pues se exportarán, como cualquier camisa confeccionada en un galpón de Cajicá o de Sesquilé. El objetivo final es producir un capital humano, como lo llaman, barato. Pero además que ese “precio de oferta” —sale, lo llamaría el viceministro de Educación— sea pagado por el mismo producto o sea por el “profesional” lleno de grados y títulos a través de una plata que le presta el Icetex, un programa que terminará en manos del sistema bancario. ¡Qué más privatización que esa! La educación —decía una chapola— es un derecho, no un producto de supermercado. Y es que, diría el ministro de Hacienda, “plata no hay”. ¿Y cómo puede haber, si la que nos sacan a punta de impuestos se gasta en represión pura: un estudiante —dicen los estudiantes— le cuesta hoy al Estado tres millones y medio de pesos al año; un soldadito, $18 millones, y un preso, $12 millones. Si por lo menos a cambio de la reforma soltaran los soldaditos a trabajar, habría ganancia.La manifestación del martes fue un ejemplo de democracia militante, incluida la Policía de Bogotá, que se dejó abrazar, en vez de amenazar, agredir, dar palo. Afirmo, por tanto, que Clara López, la alcaldesa, sería el mejor ministro de Defensa que jamás pudiéramos soñar. Mando civilizado se llama esa virtud.
martes, 8 de noviembre de 2011
La Guerrilla también llora sus muertos y reclama sus prisioneros
Por: Carlos Medina Gallego
Con la muerte de Alfonso Cano, se llega a la desoladora conclusión de que no sólo nos hemos acostumbrado a la tragedia de la violencia, la guerra y la muerte, sino que hemos llegado a extremos increíbles de brutalidad y desprecio por los sentimientos tradicionales de la humanidad. Hay tratados enteros sobre los usos y costumbres de la guerra que establecen las dignidades humanas en el marco de la tragedia que ella representa, en relación con los muertos, los prisioneros, los heridos y la población civil, en países y zonas en conflicto armado. Pero eso parece haberse perdido, ya no se reconoce la grandeza del adversario y se construye la victoria sobre el envilecimiento del enemigo. No tiene gran valor reconocerse vencedor frente a un adversario al que lo hemos desprovisto de todo merito.
No tengo la menor duda que Guillermo León Sáenz Vargas es uno de los muchos colombianos que, desde las motivaciones de sus inconformidades y rebeldías juveniles, en el estudio juicioso y el conocimiento detallado de la realidad y la historia de su país abrazaron ideas políticas altruistas, se formaron como revolucionarios y se comprometieron en la lucha por transformar las causas estructurales de nuestros conflictos.
No veo en Cano, ni un delincuente, ni un terrorista, ni un criminal de ninguna naturaleza, veo un hombre comprometido con su país, envuelto en las encrucijadas de la guerra y obligado por las circunstancias y propias convicciones a asumir responsabilidades mayores de un conflicto que se pudo resolver con una reforma agraria y un programa nacional agrario democrático, que ya cumple casi medio siglo de vida. No veo en la historia de vida de Cano ni el bandido, ni el narcoterrorista, ni el intransigente como se quiere presentar, ni siquiera veo en él un hombre de armas a la manera de Jorge Briceño, lo que veo es un hombre de ideas y de compromisos políticos buscando colocarse de manera favorable frente a una lógica perversa que piensa que un proceso de paz se da según la situación de la correlación de fuerzas en el campo militar, lo que no hace más que alimentar la confrontación. Creo que la reactivación de las FARC obedece a enfrentar la lógica del gobierno de que a la guerrilla hay que llevarla derrotada a una mesa de negociación y eso no va a ocurrir.
Un ejército se llena de gloria solo cuando reconoce la grandeza de su enemigo y le da el tratamiento que corresponde a sus dignidades militares, ¿qué héroes pueden ser quienes ejecutan a un bandido?… En eso las FARC, que son mucho menos formados en las tradiciones, usos y costumbres de la guerra, al momento de entregar los restos del Coronel Julián Ernesto Guevara, le rindieron homenaje militar y lo despidieron como Héroe de la Patria, eso es respeto por el enemigo, por su valor y por su grandeza.
No puede seguir siendo cierto que se reconozca el conflicto armado para concederle los derechos solo a las fuerzas institucionales y desconocer las condiciones del enemigo y sus derechos y, que ahora, se quiera sostener con una historia de connivencia criminal con el paramilitarismo y centenares de miembros de las fuerzas militares y de policías investigados y condenados por operaciones criminales, el fuero militar, que ha sido utilizado a través de la historia, no para salvaguardar la dignidad de la institución, sino, para dejar en la impunidad los crímenes que se cometen.
Alfonso Cano es a la FARC lo que el General Alejandro Navas es a la Fuerzas Militares, si este hubiese muerto en manos de la FARC, seguramente sus comandantes tendrían para él el máximo de sus reconocimientos como enemigo digno. Pero el general Navas que sabe de la guerra, también debe saber lo que significa conducir un ejercito en una guerra degradada y perder todos los días hombres y oficiales. La guerrilla también llora sus muertos que son tan campesinos como los miembros de las fuerzas militares, carga sus mutilados y da razón a sus familias.
La FARC tiene muchos prisioneros, pero de todos ellos tres son los que reclamaría con mayor énfasis la organización, los que el gobierno nacional entrego como bandidos a tribunales norteamericanos. Las FARC tienen 22 prisioneros del gobierno, alguno de ellos cumplió 15 años en manos de la organización. Abandonados a su suerte y en medio del fragor de los combates que son cada vez más intensos, por la dinámica de los operativos de las fuerzas militares centrados en bombardeos, ametrallamientos y desembarcos operativos. Me gustaría saber en cuanto pondera el gobierno el valor de sus prisioneros, de sus hombres, de sus héroes…, porque hace poco en uno de los conflictos más largos de la Historia de la Humanidad, el Estado Israelí, concedió por uno solo de sus prisioneros la libertad de algo más de mil palestinos.
La figura de la Llave de la Paz no la tiene el presidente Santos, él tiene por ahora la Cerradura de la Guerra, combatiendo con la misma intransigencia a los “intransigente” que critica. Comparto con algunos amigos la idea que si hay alguien que tenga la Llave de la paz de este país son las FARC y el ELN; es cuando ellos decidan en definitiva abandonar la guerra en un proceso de negociación discreto, donde la victoria no sea de uno o de los otros sino de la nación colombiana y de su esperanza de futuro que la paz será posible.
Ha muerto Cano, la estrategia ha funcionado y lo han hecho también que dejaron gravemente herido el proceso de paz y taponado el camino de la solución política negociada. Quienes hemos estado empujando desde la sociedad civil la salida negociada al conflicto armado, con obstinación si se quiere, nos sentimos profundamente tristes, no por la muerte de Cano, que desde luego nos consterna, sino por el futuro de esta Colombia que amamos y que está en manos de quienes consideran que los problemas se arreglan por la vía de la guerra y no en los escenarios de una democracia que se profundiza en el bienestar de la población y en su convivencia solidaria.
Los analistas especulan sobre quien será el sucesor, las FARC ya saben quien es… pero independientemente de uno o de otro, si las cosas no se modifican, si las actitudes de las partes no cambian, el sucesor será la guerra. No hay que buscar que la correlación de fuerzas sea favorable para avanzar en el camino de la solución política, lo que hay que buscar es el equilibrio dinámico de opiniones que hagan coincidir en propósitos muy claros la voluntad de las partes en un proceso de paz sin vencedores.
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