viernes, 13 de enero de 2012

El año en que viviremos peligrosamente

Por : Oscar  Guardiola- Rivera

Así comienza el nuevo mundo, con una explosión del espíritu. El viejo mundo, por su parte, termina como comenzó: con una queja.

La actitud catastrofista de Europa se remonta, si es que no a su milenarismo mesiánico, cuando menos a principios del siglo XX, o quizá 1890, cuando Bismarck fue despedido de la cancillería imperial germana y el Káiser Guillermo II optó por el armamentismo.
El resto es historia: la Primera Guerra Mundial fue un matadero, devastadora para todos los contendientes menos para los Estados Unidos, que entre 1848 y 1890 se convirtieron en potencia mundial. En el Este, la revolución rusa introdujo por vez primera, pero no última, el reto de una revuelta popular “exportable”, distinto al del expansionismo imperial. Aún en la metrópoli europea del imperio británico reinaba el espíritu del fin durante los años inmediatamente siguientes a la victoria aliada sobre las potencias centrales.
Quizá no debería sorprender que el resultado de tal espíritu haya sido la política de reacción, catastrofista y de excepción: el nazismo emergido del corazón democrático de Weimar, el fascismo en Italia, el colaboracionismo francés, la Falange en España.
La causa y efecto de esa crisis política pudo verse en la Gran Depresión económica del 29, y diez años después en la aún más catastrófica conflagración que involucró al mundo entero. Las palabras de T.S. Elliot, invocadas al comienzo de este escrito, se refieren precisamente al hecho consumado por los “hombres huecos” que llevaron a Europa al borde de su desaparición.
El año 2012 comienza de igual manera, en medio de la crisis y la amenaza de la desaparición de Europa. La recesión del 2008 ha dado paso a una nueva depresión, a la revuelta social y al retorno de la política de excepción. Los tambores de guerra intervencionista suenan una vez más en el vecindario medio-oriental y norafricano de Europa, en Libia e Irán. Pero también, como ha advertido Noam Chomsky en días pasados, no debería descartarse la posibilidad de una nueva intervención militar estadounidense en América Latina.
¿Por qué? La razón es que los pueblos de Latinoamérica han convertido su tradicional queja en contra de la desigualdad global en una acción concertada y autónoma de integración y rediseño institucional igualitario. En Latinoamérica la política de la calle, la ocupación y la protesta, ha dado lugar a herramientas de acción colectiva que brindan la oportunidad de cerrar la brecha entre el poder y la política. Se trata de un ejemplo peligroso, explosivo, para las sociedades austeras y resentidas.
Mientras que en el viejo mundo reina el espíritu de la reacción, en el nuevo, al sur, reina un espíritu optimista de creatividad histórica. El encuentro entre ambos espíritus hará de este el año en que viviremos peligrosamente.

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